Ellas son el recuerdo de aquellas horas
en que presa en mis brazos te
adormecías,
mientras yo suspiraba por las auroras
de tus
ojos, auroras que no eran mías.
Ellas son mis dolores,
capullos hechos;
los intensos dolores que en mis
entrañas
sepultan sus raíces, cual los helechos
en las
húmedas grietas de las montañas.
Ellas son tus desdenes y tus
reproches
ocultos en esta alma que ya no alegras;
son, por
eso, tan negras como las noches
de los gélidos polos, mis flores
negras.
Guarda, pues, este triste, débil
manojo,
que te ofrezco de aquellas flores
sombrías;
guárdalo, nada temas, es un despojo
del jardín
de mis hondas melancolías.
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