Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Qué es más noble para el
alma sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o tomar las armas
contra un mar de adversidades y oponiéndose a ella, encontrar el fin? Morir,
dormir... nada más; y con un sueño poder decir que acabamos con el sufrimiento
del corazón y los mil choques que por naturaleza son herencia de la carne... Es
un final piadosamente deseable. Morir, dormir, dormir... quizá soñar. Ahí está
la dificultad. Ya que en ese sueño de muerte, los sueños que pueden venir cuando
nos hayamos despojado de la confusión de esta vida mortal, nos hace frenar el
impulso. Ahí está el respeto que hace de tan larga vida una calamidad. Pues
quien soportaría los latigazos y los insultos del tiempo, la injusticia del
opresor, el desprecio del orgulloso, el dolor penetrante de un amor despreciado,
la tardanza de la ley, la insolencia del poder, y los insultos que el mérito
paciente recibe del indigno cuando él mismo podría desquitarse de ellos con un
puñal. Quejarse y sudar bajo una vida cansada, pero el temor a algo después de
la muerte – El país sin descubrir de cuya frontera ningún viajero vuelve- aturde
la voluntad y nos hace soportar los males que sentimos en vez de volar a otros
que desconocemos. La conciencia nos hace cobardes a todos. Y así el nativo color
de la resolución enferma por el hechizo pálido del pensamiento y empresas de
gran importancia y peso con lo que a esto se refiere, sus corrientes se
desbordan y pierden el nombre de acción.
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